martes, 4 de diciembre de 2007

Verdaderos pobres

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Antes que Dios creara al hombre, preparó para él un mundo lleno de cosas hermosas para su sustento y de­leite. Todo lo que Dios creó fue para el bienestar del hombre, pero era indispensable que todo estuviera su­bordinado a él. El Génesis las llama simplemente "co­sas." Fueron creadas para su uso y siempre debían ser externas a él. Allá en lo profundo del corazón del hom­bre debía haber un sitio ocupado únicamente por Dios; afuera, podían estar los mil dones conque Dios lo ha­bía bendecido.
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Pero el pecado introdujo complicaciones, e hizo que los dones de Dios se convirtieran en instrumentos dañinos para el alma.
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Nuestros infortunios comenzaron cuando Dios fue forzado a salir de su santuario, y las "cosas" ocuparon su lugar. Por eso no tenemos paz, porque hemos quitado a Dios del trono de nuestro corazón, y tenaces y agre­sivos usurpadores pelean por el primer lugar.
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Esto no es una simple metáfora, sino el análisis de nuestra verdadera condición espiritual. Dentro del co­razón humano hay una raíz de mala naturaleza que le insta a poseer más, y siempre más. Codicia "cosas" con fiera y desenfrenada pasión. Los pronombres pose­sivos "mi" y "mío" parecen inocentes en letra impresa, pero son de un terrible significado en la vida. Ellos ex­presan, mejor que mil volúmenes de teología, lo que es la verdadera naturaleza del hombre. Son los síntomas verbales de la más profunda enfermedad humana. Las cosas materiales han echado raíces tan hondas en nues­tro corazón que no queremos arrancarlas por temor a morir. Las "cosas" han llegado a sernos indispensables, lo que nunca debió haber ocurrido. Los dones de Dios han llegado a ocupar el lugar de Dios y esto ha trastornado todo el orden de la naturaleza. Nuestro Señor Jesucristo se refería a la tiranía de las cosas cuando dijo a sus discípulos, "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque cualquiera que quiere salvar su vida, la perderá, y cual' quiera que perdiere su vida por causa de mí, la hallará." (Mateo 16:24, 25)
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Dividiendo en fragmentos esta verdad, a fin de entenderla mejor, vemos que hay dentro de nosotros un enemigo cuya presencia toleramos con grave peligro. Jesús lo denominó "vida" o "nuestra vida," o como di­ríamos nosotros, nuestro propio ser, cuya principal característica es el deseo de poseer. Así lo demuestran las palabras "ganancia" y "provecho." Permitir a este enemigo vivir, terminará al final con todo. En cambio repudiarlo, y con él repudiar el mundo de las cosas, da­rá como resultado final la vida eterna con Cristo. Se in­sinúa también cual es la única manera de acabar con este enemigo: por medio de la Cruz. "Tome su cruz cada día, y sígame."
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La mejor manera de adquirir mayor conocimiento de Dios es pasando por valles sombríos de tristeza y so­ledad. Los bienaventurados que poseen el reino son aquellos que han repudiado todo lo externo, y han desa­rraigado del corazón todo deseo de poseer cosas. Estos son los verdaderos "pobres en espíritu!' En su vida inte­rior han llegado a ser semejantes a los mendigos que deambulaban por las calles de Jerusalén. Ese es el signi­ficado de la palabra "pobre" en labios de Cristo. Esos bienaventurados pobres han dejado de ser esclavos de la tiranía de las cosas. Han roto el yugo del opresor, ha­llando la liberación, no por medio de luchas, sino por medio de la rendición. No teniendo deseos de poseer na­da, 'llegan a poseerlo todo. "De ellos es el reino de los cielos!'
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Fragmento extraído de La Busqueda de Dios, A.W. Tozer
Chicago. E.U.A.
Junio 1948

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