lunes, 21 de julio de 2008

Dos naciones

Génesis 25:21 “Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Reveca su mujer. Y los hijos luchaban dentro de ella, y dijo: Si es así, ¿para que vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y le respondió Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas…”
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El Dios vivo y omnipotente se dirigió a Gabriel y le habló de este modo: - Toma estas dos partes de mi ser. Hay dos hombres que esperan su destino. Ve y entrega a cada uno de ellos una porción de mí mismo.
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Con dos luces de vida radiante que palpitaban en sus manos, Gabriel abrió la puerta del reino que separaba a los dos mundos y se perdió de vista. Había entrado en la galería de las generaciones futuras.
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- Tengo aquí dos porciones de la naturaleza de Dios. La primera es del mismo género de su naturaleza. Quien se cubre con ella es investido con el aliento de Dios. Su mismo aliento lo rodea como las aguas alrededor del que se zambulle en el mar. Con esto –el aliento que enviste- tendrá el poder del Altísimo para dominar ejércitos, avergonzar a los enemigos de Dios y realizar en la tierra su obra. Aquí esta el poder de Dios como un don. Aquí esta la inmersión del Espíritu.
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Un hombre dio un paso adelante.
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- Esta porción de Dios es para mí.
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- Muy bien – respondió el ángel -. Recuerda que quien recibe una porción tan grandiosa como esta será, sin duda, conocido por muchos. Antes que tu peregrinaje terrenal termine, será conocido tu carácter por medio de este poder. Tal es el destino de todos los que están investidos de esta porción y ejercen su poder, porque ella afecta únicamente al hombre exterior, sin afectar un ápice de su espíritu. El poder exterior revelará siempre los recursos íntimos del ser o la carencia de ellos.
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El primer hombre recibió su porción y dio un paso atrás.
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Gabriel habló otra vez.
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- Tengo aquí la segunda de las dos porciones del Dios viviente. Este no es un don sino una herencia. Se lleva un don en el hombre exterior; se siembra una herencia. –como una semilla- en lo más íntimo del corazón. Sin embargo, aún cuando es una siembra tan insignificante, crece hasta llenar, andando el tiempo, todo el hombre interior.
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Otro hombre dio un paso adelante y exclamó:
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- Creo que esta porción ha de ser mía durante mi peregrinaje terrenal.
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- Muy bien –respondió otra vez el ángel-. Debo decirte que se te ha dado algo glorioso. Es lo único –en todo el universo de Dios y de los ángeles- que puede cambiar el corazón humano. Sin embargo, ni siquiera este elemento de Dios puede llevar acabo su tarea ni crecer hasta llenar todo su ser interior a menos que este bien combinado. Tiene que ser pródigamente mezclado con quebrantamiento, tristeza, y aflicción.
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El segundo hombre recibió su porción y dio un paso atrás.
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Junto a Gabriel se sentó el ángel Archivero. Debidamente asentó en su libro el registro de los dos hombres.
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- ¿Qué llegarán a ser estos dos hombres después que hayan pasado la puerta hacia el mundo visible?- preguntó Archivero.
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En voz baja respondió Gabriel:
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- Cada uno, en su tiempo, será Rey.
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Prólogo Perfil de Tres Monarcas. Gene Edwards. Ed. Vida. (1986)