martes, 2 de enero de 2007

No hable Dios con nosotros



Éxodo 20:18 “Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos.”

Antigua Versión Reina – Valera 1960



El propósito primero del Señor fue no tener secretos con nadie. Todos iban a escucharlo. Todos escucharían lo que él hablaba con Moisés. Todos conocerían su voz. De esa forma el mensaje no sería tergiversado, dado que les estaba por dar los fundamentos de sus vidas, los principios, los mandamientos, las leyes que debían cumplirse. Respecto a eso no debía haber dudas. Y la misma Presencia de Dios descendió a la tierra pero al ver lo que ocasionaba dicha Presencia, y luego de oír todo lo dicho por Dios, el pueblo se alejó en respuesta a tantos requisitos. Lo que en realidad el pueblo se dio cuenta es de todo su pecado y hasta algunos no entendía de cómo aún estaban de pie en ese lugar. Dijimos anteriormente que a través de la ley viene el conocimiento del pecado, y es por eso que la gente evita la lectura de la Biblia o la de la ley. Esto ocurrió aún cuando los mandamientos estaban saliendo de la boca de Dios. A partir de ese momento veremos un pueblo alejado de Dios pero cercano a un hombre. La gente prefirió oír la voz de un hombre, que oír la voz del mismo Señor. La vos de un hombre no es tan tremenda como la de Dios, es por eso que eligieron que Dios no les hable a ellos. Ellos mantendrían distancia de la verdad, otro se acercaría, otro haría el esfuerzo, otro “abriría camino”. Ahora veamos que tan bien les fue a esa generación que prefirió escuchar a un hombre y no a Dios. ¿Dónde terminó? ¿Podes recordarlo? ¡Muerta en desierto! “Maldito el hombre que confía en el hombre” puedes encontrar en Jeremías. Pues así es. El que tenga oídos para oír que oiga.

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