Hechos 3:11 “Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama Salomón. Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿O por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder y piedad, hubiésemos hecho andar a este?
La Iglesia comenzaba a formarse y por lo tanto no había que dejar ningún detalle librado al azar. Ya desde entonces, ante las señales y maravillas que se hacían, estas sí en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, había quienes ponían los ojos en el bisturí y no en el cirujano. O sea, que se creía que la obra era producida por el instrumento y no por el que usaba el instrumento. Quizás no es que se lo creía tan así, pero si despertaba cierta fascinación por parte de los que solo buscan líderes espirituales. Por esta causa vemos tantas personas que se suman a nuevas sectas y todo aquello que conlleva a lo sobrenatural. De esta misma forma lo sectario comienza a implantarse dentro de nuestras congregaciones, cuando los feligreses comienzan a creer que sus líderes poseen atributos especiales, o poderes especiales, o ciertas virtudes para ser quienes son, para hacer milagros, o para desnudar el corazón de las personas. Sin embargo todavía ahí estamos a tiempo de corregir este tipo de mentalidad idolátrica hacia las mismas personas. Siempre que aparezca un Pedro que deteste que se pongan los ojos en él, habrá posibilidades de revertir la sectarización de la fe. Para ello, uno tiene que estar librado de sus propias virtudes, de sus propios poderes, o certezas de su espiritualidad. A partir del momento en que este guía, ejerce el cargo que ejerza, no se despoja de su propio ego, y comienza a tener como beneficio el ser admirado por sus fieles, el ser elogiado, el ser reconocido, y ser engrandecido…a partir de ese momento ya se ha implantado la sectarización o dogmatización de la fe. De pronto la única voz que se puede oír ya no es la del Buen Pastor, sino la del pastor. De pronto aparece la figura del líder irreprochable, inalcanzable, intocable y hasta inmutable. Es hora que dejemos de creer que todo lo que ocurre a nuestro alrededor es por causa de nuestra presencia, por causa de nuestra virtud, por causa de nuestro entendimiento o gran espiritualidad. Ningún varón o mujer de Dios busca ser el centro de la atención, sino que busca y exhorta a que el centro de la atención sea aquel que es el dador de la Vida.