miércoles, 7 de julio de 2010

Ayer y Hoy

Éxodo 16:16 Esto es lo que Jehová ha mandado: Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer; un gomer por cabeza, conforme al número de vuestras personas, tomaréis cada uno para los que están en su tienda. Y los hijos de Israel lo hicieron así; y recogieron unos más, otros menos; y lo medían por gomer, y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco; cada uno recogió conforme a lo que había de comer. Y les dijo Moisés: Ninguno deje nada de ello para mañana. Mas ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para otro día, y crió gusanos, y hedió; y se enojó contra ellos Moisés. Y lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía.


Hoy mientras venía en el colectivo venía pensando sobre este tema. El pueblo de Israel había sido sacado de Egipto, de su cautividad, de su esclavitud, liberado. Dios cada mañana tenía preparado un alimento fresco y ampliamente nutritivo, el maná, el mismo que para nosotros, su palabra, pero no su palabra a secas, sino su palabra revelada y fresca. Si bien era lo que en ese momento necesitaban y los saciaba, Dios no los tendría a mana toda su vida. Habia una tierra preparada donde fluía leche y miel, donde el alimento era más sabroso. Ubicados en el tiempo de una liberación de la esclavitud, Dios tiene preparado un aliemento especial cada mañana, una revelación fresca para ese tiempo, que nos alimenta y nos sacia. Pero ninguno debía dejar el mana del día anterior, para el día siguiente. El mana de ayer, no sirbe para hoy. ¿Era malo? No. Fue bueno, quizás. Pero ayer. En términos de principios he notado que con el pasar del tiempo la iglesia ha intentado conservar el mana de ayer para hoy. Esto trajo muchas consecuencias, porque este mana crió gusanos, se pudrió, crió pecado y trajo mal olor, hedor. Tratando de guardar el mana de ayer no solo nos perdemos el mana de hoy, el alimento fresco de hoy, sino también, retrasa nuestro camino hacia la tierra que fluye leche y miel.

Hace un tiempo tuve la oportunidad de llevar una palabra a una iglesia y al final de todo se me acerca la pastora, ya bastante mayor y me dice: Nunca en mi vida había escuchado una palabra así. Lejos de engordarme el oído esto, me dió una fea sensación. ¿Qué habra estado escuchando todo este tiempo que estuvo sirbiendo a Dios? ¿Con que se habrá estado alimentando? ¿Con que habrá alimetado a otros?

Luego que baje del colectivo pense otra cosa mientras caminaba. Cuando era niño hablaba con mi padre cosas de niño. Quería cosas de niño. Quería regalos, demostraciones de su amor, tenía intereses, quería estar con él, lo obedecía algunas veces, pero otras no, a veces me enojaba cuando no podía entenderlo. Cuando fui creciendo empece a necesitar otras cosas de él. Alguna vez necesite su regaño, otra su consejo, otra conocerlo como hombre, otra vez necesite que me acepte a pesar de estar equivocado. Y así fue. Seguí creciendo, y hoy, que madure un poco mas, ya no hablo cosas de niños, y tampoco pretendo cosas de niños. Hoy solo basta que nos miremos para entendernos. La relación que tuve ayer con mi padre, no es la misma hoy. Tendría algunos problemas si hoy, un poco mas crecido, tuviese la misma relación infantil con mi padre. No significa que no siga teniendo mi total confianza, y necesite también aún sus abrazos, sus palabras y su presencia.

No hay comentarios: